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Muy buenos días a todos. Por decir algo. Se que hace ya algún tiempo que no nos vemos. Que la vida, que como siempre os dije, es como la Castilla de la edad media que hace a los hombres, solo para gastarlos, nos pasa poco a poco por la rueda de molino y apenas tenemos tiempo para respirar cuando ya nos sumerge de nuevo. Esta vida, como os digo, no es amiga del escritor, y ciertamente, me he dedicado a otras cosas, más mundanas y menos elevadas que la escritura. Se que hay mucha gente ahí fuera que me tiene como un padre que se fue a por tabaco, y nunca volvió, y os tengo que pedir disculpas por ello. No he salvado a las ballenas en este tiempo. No he hecho nada noble, ni elevado. No os abandone con toda urgencia porque había una misión secretísima e ineludible que cumplir. No. Me aburrí. Vaya mierda más prosaica y mundana eh?. Así somos… y sin embargo, Ignacio Echeverría ha muerto. Eso lo cambia todo.

La naturaleza de los héroes, amigos, los héroes. Desde que hace casi 3000 años un griego ciego decidiera ponerse a describirnos como civilización, los héroes fueron los grandes protagonistas de sus relatos. Eso que nos crea como occidente, como lo que hasta hace nada fuimos, La Iliada y la Odisea, habla de la vida de hombres comunes que son llamados a seguir un destino poco común, a convertirse en héroes. Algunos lo buscan, la mayoría se dejan arrastar, o se oponen a ello, pero acaban cediendo. Después, Jenofonte, con sus relatos históricos, Sofocles y Euripides, hasta los filósofos, nos dan a conocer a Perseo y Teseo, a Hércules, a Belerofonte, que domó a Pegaso, a Hector, de broncínea armadura, a Helena, cuyo rostro es parecido al de las diosas inmortales, etc… Los héroes forman parte de nuestro acerbo cultural, y todos, tienen algo en común. A ver como os explico esto sin formaros mucho lío, porque además, estoy más oxidado que el cerebro de Carmena ( vaya puntazo lo de las medallitas de chocolate, alcaldesa, al Madrid de baloncesto que le vas a hacer, unas croquetitas caseras?). Los griegos clásicos no comprendían la idea del pecado tal y como nosotros la conocemos desde que esa tribu de pastores palestinos decidió que teníamos que sentirnos mal por todo lo que hacíamos. Los griegos, como os digo, no reconocían que existiese como tal, el pecado. Había, eso si, muchas formas de tocarle los huevos a los dioses, y que estos te castigasen, (Laoconte, por ejemplo, se ventiló a su mujer sobre un altar del templo de Poseidón en Troya, y claro, al viejo le sentó mal), pero el pecado en si no existía, y los dioses, podían castigarte por que dijeses que tu novia era más guapa que afrodita, o que la tenías mas larga que Zeus.

 

Sin embargo, amigos, existían la Hybris y Nemesis. Para ellos, todos teníamos un lugar en el mundo, y aquellos que se atrevían a destacar, eran castigados. Cuanto mayores fueses sus méritos, cuanto más se atreviese un hombre a parecerse a un dios, más seguro sería que a la larga, acabaría sufriendo la ira de Nemesis, la temible enviada de los dioses. Porque os cuento esto, diréis? A que viene este coñazo? Pues, viene a que, aunque los griegos amaban la mesura, admiraban la Hybris. Es bueno conocer el lugar que a cada cual le corresponde en el mundo, pero es mejor aspirar a más, es mejor ascender, como Ícaro, más alto, elevarse, aunque, no nos engañemos, tiene consecuencias, casi siempre trágicas y eso hay que resaltarlo. Hay que dejarlo claro

 

Ignacio volvía de hacer skate. Era un día más, una situación y espacio común. A priori, nada nuevo, cuando, como en cualquier tragedia, el malvado destino, la Fata, le coloca frente a una situación extraordinaria. Los pérfidos bárbaros, los enemigos de la civilización, esa tribu abyecta de crueles y miserables infrahumanos que pretenden destruir todo aquello que durante siglos hemos creado, en nombre de una infame religión, vuelven a salir a la calle, a cosechar de nuevo vidas para mayor gloria de su infecta divinidad. Inconscientes de toda humanidad, atropellan y acuchillan sin piedad, sin criterio. Se enfrentan a seres desarmados, mujeres, niños, sin mayor consciencia de sus actos de la que tendría un lobo matando corderos. Es importante recalcar esto, porque, ni siquiera desde su enfoque, hay nada heroico en los actos de los islamistas. Ni siquiera desde su punto de vista se puede justificar la masacre de inocentes desarmados. No son más que temibles carniceros, desarrollando mecánicamente su ruin oficio. Pero de entre esos corderos, surge un pastor. Ignacio, como repito, se enfrenta de súbito a lo extraordinario, y no me cabe la menor duda, de que no hay nada mecánico en sus actos. Nada irracional. Como en los salones de Esciro, también a Ignacio, aunque sea por un segundo, se le presenta la disyuntiva de Aquiles, el de los ojos vivos. Puedes huir. Correr, y salvar la vida. No eres un policía ni un militar. Tu lugar en el mundo está claro. Escapa, y sin duda salvarás la vida. Vas en bicicleta, no te van a coger. O puedes ascender, puedes trascender, puedes mandar al carajo todas las normas y decidir que vas a aspirar a más. Convertirte en un héroe, salvar la vida de esas pobres personas, y ser recordado, aunque eso te cueste la vida.

 

Ignacio asumió que aquello que iba a hacer, podía tener el más alto coste posible. Asumió que sus acciones, podrían costarle la vida, y sin embargo, dio un paso adelante, y luego otro, y cada vez más rápido, Como Héctor, el de los corceles salvajes, lanzando su carro desesperadamente contra las líneas Danaas, como, Ícaro, volando cada vez más alto, hasta casi tocar el sol, como Patroclo, tan bello y desesperado enfrentándose al Priamida, como Churruca clavando la bandera al mástil del San Juan Nepomuceno, con media pierna perdida en un barril de sal, como Primo de Rivera al frente del Alcántara, y voló, como un rayo de luz en la noche. Como describía el lunes un amigo suyo, en un abrir y cerrar de ojos, Ignacio, con su Skate, ya estaba sobre aquellas bestias, como Teseo sobre el minotauro, como Perseo sobre la bestia de Poseidón, distrayendo su atención y batiéndose sin más temor que el de aquel que ha asumido su destino, dando una oportunidad al resto de personas que se encontraban en la calle, y, CON ABSOLUTA CERTEZA, salvando la vida de muchos de ellos. A partir de ahí, algo que va inseparablemente unido a la vida de un Heroe. La leyenda. No sabemos con certeza a cuantos de sus temibles enemigos abatió, ni como fue su final. Parece cobrar fuerza, aunque no esté confirmado, que fue una bala perdida, disparada por un policía, la que finalmente hizo caer para siempre a Ignacio, tan joven, y tan bello, en el momento mayor de su esplendor y grandeza. Y de ser así, maldito destino tan común a todos los héroes. Mil veces maldita Némesis, que con La Casualidad, la más temible de tus armas, volviste a llevarte a un Heroe. Sin embargo, estoy seguro de que no pudo ser de otra manera. Estoy firmemente convencido de que solos, sin la intervención de los pérfidos dioses que tanto nos envidian por ser jóvenes y estar vivos, Ignacio jamás habría sido abatido. Quizás, el temible León de Nemea, o la Hidra de nueve cabezas, podrían haberle hecho caer, pero no esa carroña. No esos cerdos hijos de satanás a los que se enfrentó. Ellos solos, sin la intervención del destino, jamás habrían sido capaces, si quiera, de arañar su broncínea armadura.

 

En fin, amigos. Ignacio está muerto. Ahora debemos lamentarnos, y llorar su perdida, debemos guardar luto, y velar al joven que se fue, que caído en el mejor momento de su vida, ya no está entre nosotros. Pero es también momento de recordarle. De entender que, Ignacio, en un gesto racional y consciente, asumiendo que le podía costar la vida, decidió luchar y ser mejor persona. Ignacio decidió acabar con aquellos terroristas, para salvar la vida de gente inocente a la que no conocía, y terminó perdiendo la suya. Como siempre, en esta patria infame, los adjetivos ya están pretendiendo apropiarse de la gesta de Ignacio. “La voz de Galicia” se refiere a él como el joven gallego, la iglesia le denomina mártir (nada más lejos de la realidad, Ignacio no se entrego mansamente al suplicio), y organizaciones y colectivos, pretenden cada uno, apropiarse de su nombre, y alegan que ellos fueron los primeros en proponer cualquier agasajo de los tantos que ahora se le ofrecen. No tardarán en pelearse por sus restos, como Ulises y Ayax y sino al tiempo. Y sin embargo, Ignacio no era español, o gallego. No era de derechas ni de izquierdas. Ignacio no era católico, ni ateo, ni budista. Ignacio ES un héroe. Ignacio ha trascendido este mundo. Es occidente. Ignacio es aquello que Churchill decía de si mismo. “Todos los hombres son gusanos, pero yo, creo, soy una luciérnaga”. Ignacio ha brillado, y debe iluminarnos. Muchos de nosotros jamás seremos héroes. Jamás estaremos destinados a sufrir el temible fin de Ignacio. Pero si estamos en la obligación, como Homero, de recordarlo. Estamos obligados a cantar sus hazañas, a explicarle a nuestros hijos, que hizo Ignacio, y porque lo hizo. De enseñarles que ese gesto, es el más noble y elevado al que un ser humano puede aspirar. Si no somos capaces de arriesgar nuestra vida, debemos al menos, ensalzar su gesta, y asegurarnos de que su nombre sea recordado durante siglos, porque Es un Heroe, porque es mejor que cualquiera de nosotros, y porque se lo debemos. Está históricamente demostrado.