
Amigas, amigos, objetos inanimados, cables de fibra a través de los que me muevo, y llego a vosotros, buenas noches a todos, y feliz lunes. Puede que se miércoles, pero hay días que son largos como lunes, y hay días que parecen sábados. Es raro supongo, pero como todo, debe estar en la cabeza de cada uno. A lo que voy. Buen día para vosotros que me leéis, sea el día que sea, y que os encuentre felices y contentos y llenos de esperanza. Hoy mas que una historia os voy a leer una página del “Hola”, pero en Florencia, y hace 500 años.
Simonetta Vespucci, tíos. Imaginaos a la chica mas guapa del cole, sumadle el máximo pivón de clase de la facultad, y la presentadora mas cañón (joder, cañon.. vaya arcaísmo, Curro) del telecupón, y apenas llegaréis a haceos a la idea. Rubia, con el pelo rizado en mil sortijas que cuelgan, ojos azules como el Mediterráneo en levante y una sonrisa clara que dejaría seco hasta al hijo malvado de Kim Jong Il. Esta maravilla se casa a los 16 años con Marco Vespucci, de quien obtiene el apellido, y se muda a vivir de su Génova natal a Florencia.
En aquellos tiempos, Florencia es como Nueva York hoy. El centro del mundo. El lugar exacto en el que vivir para todo aquel que ame la libertad, las artes, las ciencias, o el dolce far niente, rodeado de cosas bonitas y nuevas. Los Medici gobiernan la ciudad, y en un ambiente de libertad desconocido hasta entonces en toda Europa, esta prospera y aglutina a algunos de los mayores genios que la historia de la humanidad ha conocido; y con la llegada de la bella Simonetta llega la revolución. Todo el mundo la adora. Es simpática, abierta, y sobre todo, de una belleza casi letal. Sandro Botticeli y Giuliano Medici caen enamorados de ella al instante. El primero, un joven y genial artista que comienza ya a crear sus primeras grandes obras de arte. Un tipo trabajador, leal y por lo general, buena persona. Un pringado, vamos. El segundo, el rico descendiente de la familia gobernante, y hermano del actual líder de la ciudad. Un tipo alegre e insistente, que acababa consiguiendo siempre lo que quería, aunque, se aburriese pronto de aquello que lograba, y de manera un tanto egoísta y caprichosa, jugase con ello, como si fuese un juguete. El típico colega guay que se las lleva de calle. Como podéis imaginar, el cirio tarda poco en armarse. Sigue leyendo →