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Muy buenas noches a todos, amiguitos, y feliz lunes. Un poco raro, y a mitad de semana, pero lunes al fin y al cabo. Yo solo publico los lunes. Amigos. El asqueroso calor ha vuelto. Vuelvo a reptar como un gusano por las calles de Madrid; se que estáis todos muy contentitos, royo “Oh que alegría, por fin es primavera,” “oh que guay, me puedo poner mi traje super-chuli-de-la-muerte, y puedo tomarme cañas en las terrazas”. Ya os acordareis de mi, ya, a golpe de 13 de Agosto con 43º grados. Con lo bien que se está en invierno, chaqueta de lana y calcetos incluidos y con una manta mas hayá (esta te la dedico porque quiero) del mundo exterior. En fin. Divago. Vamos al lío, que hoy es un auténtico flipe. La carga de la brigada ligera.

Esta es de las grandes, coleguitas. Imaginaos. Crimea, en la punta del mar negro, entre Ucrania y Turquía. A tomar por culo, donde cristo perdió la vergüenza, en las putas kimbambas, vamos. El caso. Se monta un cirio de narices entre rusos y turcos, la guerra de Crimea, y los ingleses y franceses que en aquellos momentos (1850´s) se creían lo mas de lo mas van para ahí con mucho «alonsanfans de la patri» y mucho «Britannia rul de güeivs»  a ajustarle las cuentas al oso zarista y de paso evitar que el Imperio Otomano (venga, os sabéis la rima) se hunda por completo. Es desde el principio una guerra surrealista. Los occidentales están mas perdidos que Paquirrín en un confesionario, y el escenario termina por estancarse. La guerra no avanza.

Para acabar rápidamente con tan incómoda situación, los ingleses deciden tomar Sevastopol. Problema, el valle de Balaclava. Una ratonera defendida a muerte por los rusos y protegida en tres de sus cuatro lados por soldados, artilleros, caballería, marineros, cosacos y demás habitantes que os podáis imaginar de las estepas uralitas (de los Urales, no el techo chungo de los pueblos del norte que según parece, ahora, da cáncer o no se que). El valle es una posición formidable, prácticamente inconquistable cuando el día 25 de Octubre de 1854 aparece la avanzada del ejército británico, formada por la brigada de caballería ligera. Los lighties son lo mas apuesto y resultón de cada casa. Chavalitos aristócratas recién sacados de una sastrería de Saville road, expertos jinetes (si alguien puede alcanzar la excelencia en ese silla) y el colmo de la cortesía y mojigatería solo alcanzable en la Inglaterra victoriana. Muy royo las cuatro plumas, el tipo de colega que os encantaría presentar a vuestras madres.

La brigada forma en el extremo opuesto del valle, y son todo un espectáculo, con sus uniformes brillantes y trasnochados, sus bigotes y galanterías, su camisita y su canesú. La cosa es difícil, y lo mejor es que la infantería se encargue de desalojar las alturas de las colinas para avanzar luego. Parece un día tranquilo hasta que en algún momento dado de la mañana, Lord Raglan, (que tenía muy mal vino) decide enviar una orden funesta. “La caballería tiene que atacar y acabar con la artillería enemiga”. La orden es confusa, y aunque luego se defendió explicando que se refería a un par de viejos cañones aislados, y no a las mas de 50 piezas del fondo del valle, la realidad es que su orden no quedó clara. Para colmo de males, envía con el mensaje a Nolan, un jamado de la vieja escuela. Cuando Lucan, el jefe de la caballería le pregunta a que cañones tiene que cargar, este señala a los del fondo del valle. Kilómetro y medio de valle, rodeados de enemigos, y con 50 cañones disparándoles al final del trayecto. Vaya viaje.

La orden es sencillamente ridícula. Cualquier oficial con dos dedos de frente habría pedido una aclaración, o una rectificación. Se habría negado a cargar. Los soldados se miran nerviosos. “Timmy, que esto no va a ser un paseo por Hyde park en Julio”, los caballos sienten los nervios a flor de piel de la tropa, y sin embargo, Lucan no pestañeó. Transmitió las ordenes a su corneta, y lanzó a la brigada ligera a la carga por el valle de la muerte. “Media legua, nada mas, media legua por el valle de la muerte, cabalgan los 600”, que diría Tennyson. A galope tendido, los británicos llevaron a cabo la mas desesperada, triste y heroica carga de caballería que en mi humilde opinión tuvo lugar nunca. Durante kilómetro y medio, ostigados (también te la dedico) por fusileros y fuego de cañón, los ingleses cargaron. Nadie escapó, nadie huyó, nadie aplicó la vieja y triste máxima de “una retirada a tiempo es una victoria”. Kilómetro y medio de camino empedrado quedó cubierto de muertos, heridos, de caballos moribundos o errantes, sin jinete. Y sin embargo, aquel día nadie se dio la vuelta. Al final, un puñado de hombres enloquecidos, ciegos; retales del 17º de lanceros y del 11º de húsares lograron llegar hasta los cañones y acuchillar a buena parte de los artilleros, hasta que una contra carga de cosacos les obligó al fin a volver grupas y reagruparse en sus puntos de origen. Aquel día mas de la mitad de la brigada ligera pereció en Balaclava, y en una de las acciones mas estúpidas y gloriosas de la historia bélica, quedó totalmente destruida como fuerza operativa. El orgullo, no obstante, y el recuerdo de la acción, acompaño a los supervivientes, y todos y cada uno de ellos, apenas sin excepción, recordó el día lleno de orgullo. El día que la ligera cargo.

Así que ya sabéis amigos. En ocasiones, la vida nos pone en situaciones curiosas. Extrañas. De repente. Sin saber como ni porque, nos vemos envueltos en nuestra carga particular. Y no hay tiempo. Podemos llevar dando palos de ciego por el mundo años,pensar que nunca mas seremos felices, ni querremos a nadie,  y de pronto, ahí al fondo del valle, esta lo que queremos. Nuestro objetivo. Ya sabéis, curro, el amor de nuestras vidas, una oportunidad para mejorar cualquier aspecto vital, para ayudar a un colega… Al fondo del valle. A solo media legua de distancia. En esos momentos podemos hacer dos cosas. Podemos acojonarnos (con todas las letras). Podemos echarnos para atrás. Pedir aclaraciones, y perder el tiempo. Es una postura sabia. Respetable. No tenemos porque ver la cosa clara. Podemos morirnos de miedo. Podemos pensar que estamos mejor como estamos. Y esperar a que la situación se aclare. O podemos cerrar los ojos, clavar las espuelas en los ijares de nuestros caballos hasta que sangren, morder las riendas y lanzarnos. Nadie, en ningún puto lugar nos va a asegurar el éxito. Nadie nos va a dar un papelito en el que ponga “Éxito garantizado, todo saldrá bien” ( y si nos lo diesen, que valor tendría el que nos lanzásemos). Nadie, en definitiva nos podrá asegurar nunca que no nos vamos a estrellar contra un muro y acabar destrozados. Pero si sale bien, colegas, que maravilla. Además, es en estos momentos en los que de verdad se ve el carácter de las personas. Alguien me dijo una vez que una retirada a tiempo es una victoria. Y ciertamente lo es. Pero del rival, no del que se retira. El que se retira puede vivir otro día para luchar, aunque suele pasar el resto de su vida preguntándose porque no lo intentó. Pasar día tras día pensando “¿ y si hubiese cargado?” .

Hay gente para todo, y como siempre, no se si tengo razón en esto, pero si os interesa en algo lo que digo (y si habéis llegado hasta aquí leyendo algo os importará), yo os digo, Cargad!, cargad siempre.  No sopeséis pros y contras. Dejad atrás los miedos, que no os dominen, cerrad los ojos abrazaos muy fuerte a algo (aunque en mitad de la noche os regañen) y meteos de lleno en el fregado. Porque no siempre algo que parece imposible lo es en realidad; y a veces, esa puta media legua, esa distancia y tiempo tan cortos es todo lo que os separa de la felicidad mas increíble que os podáis llegar a imaginar. Esto, como siempre, está históricamente demostrado.