Muy buenas tardes, coleguitas, y muy bienvenidos a una nueva entrega de este vuestro humilde blog histórico. (mientras escribe, suena de fondo “Hace calor” de Los Rodríguez, lo cual no ayuda en nada a mejorar el estado de ánimo del escritor que maldice e insulta a diestro y siniestro. Fenómeno paranormal? Coincidencia? Bienvenidos a la nave del misterio). Para tranquilizar los ánimos, y recuperar los pocos amigos que me quedan después de las entregas políticas, voy a pasar a algo bastante más light, (o no), y de aquí hasta (Que me aburra del tema, básicamente), os voy a contar historias que aparecen en películas míticas, y que nunca se sabe muy bien si son realidad o ficción. Empezamos.
Estoy seguro de que todos recordáis al bueno de Samuel Quint. Quint? Alguien? Nadie? … Que decepción… Peeero y si os digo; ese pelirrojo y farfullador desquiciado pescador irlandés que decide acompañar al jefe de policía Martin Brody y al biólogo Mat Hooper a bordo de su barco “Orca”? ya os suena más, verdad? Y si además os digo que su misión es salir a pescar un terrible y gigantesco tiburón blanco que amenaza la tranquilidad (y la recaudación veraniega) del tranquilo Amity Island? Efectivamente, lo habéis clavado, él es.
El caso es que el bueno de Quint, totalmente chuzo durante una de las noches de pesca, comienza a contar una historia que para muchos no es más que una leyenda, o una invención, pero, que es real como la vida misma. Mientras explica las cosas, en un momento dado dice aquello de “ 1100 hombres fueron a parar al agua, el barco se hundió en 12 minutos,(…). Nuestra misión de la bomba se hizo tan en secreto que ni siquiera se radió una señal de naufragio. No se nos echó de menos hasta una semana después. “
30 de Julio de 1945. Algún lugar entre Guam y Leyte. El calor es asfixiante en los mares del sur del pacifico y la tripulación del Crucero USS Indianapolis hace lo que puede para conciliar el sueño. Llevan 14 días desde que se hicieron a la mar en California, y aunque ellos no lo saben entonces, acaban de transportar en solo 10 días de navegación, las últimas piezas necesarias para terminar de montar una de las bombas atómicas que los americanos arrojaran solo una semana después sobre Japón. La misión ha sido tan secreta que apenas nadie en la armada Estadounidense, y solo un puñado de hombres en América conocían su objetivo real. EL buque ha navegado sin escoltas, sin transmitir posiciones por radio y sin dar señales de vida a nadie. Nadie lo espera, y tras entregar su mercancía “No obstante, entregamos la bomba.». El buque se dirige a Guam, a reunirse con el resto de la flota.
Aunque su capitán, el contralmirante McVay, piensa que navega en aguas seguras y libres de enemigos, y ha abandonado la navegación en Zigzag, un submarino rezagado japonés navega por esas mismas aguas y sorprendido por las pocas precauciones defensivas que el buque toma, procede a atacarle, y recordarle que los japoneses tienen la mala costumbre de no rendirse en las guerras hasta que arrasas sus ciudades con bombas atómicas. Cerca de media noche, el buque recibe dos impactos de torpedo que le abren las tripas en canal y le tiran abajo la planta generadora de electricidad, de manera que a oscuras, sin altavoces, y tras lanzar un desesperado mensaje de socorro por radio al que nadie presto atención, los marineros, recién despiertos por el estruendo y las explosiones, apenas tienen tiempo para coger sus chalecos salvavidas y saltar a la mar. El buque se hunde en apenas un cuarto de hora. En tan poco tiempo, la tripulación apenas ha sido capaz de arriar los botes salvavidas, o de organizar un abandono de la nave ordenado, de manera, que básicamente, cerca de 900 pobres diablos saltan al agua con lo poco que llevan puesto y se sumergen en el pacífico. A partir de este momento, comienza la pesadilla.
El océano, en esa época del año es extraordinariamente cálido, y bastante tranquilo, por lo que, la muerte por hipotermia, queda prácticamente descartada, y en teoría, los marineros pueden permanecer a flote tanto tiempo como el hambre y la sed se lo permitan, pero Quint, sigue relatando en la película “no vi el primer tiburón hasta media hora después, un tigre de cuatro metros, ¿ usted sabe cómo se calcula esto estando en el agua ? usted dirá que mirando desde la dorsal hasta la cola, nosotros no sabíamos nada..” Los heridos más graves y los más débiles son subidos a las pocas balsas salvavidas que existen, pero, la inmensa mayoría tiene que permanecer flotando, a la deriva, en pequeños grupos formados en corro, y con solo su chaleco salvavidas manteniéndolos a flote. Los relatos de los supervivientes son aterradores. Hora tras hora, cientos de tiburones, agrupados en bancos letales, se dieron el gran festín de sus vidas con los cuerpos de esos pobres chicos estadounidenses que sin comprender muy bien porque, habían terminado en esa situación. Pero frente a la adversidad, comienzan a surgir héroes anónimos. Gente que intenta mantener la calma, y organizar a sus amigos para no terminar devorados, y en muchos casos sus desesperados remedios funcionan. Organizan técnicas de defensa en los corros para que, pataleando y golpeando el agua, los tiburones se asusten y huyan. Organizan guardias y turnos de vigilancia para que los exhaustos puedan dormir por rondas y descansar mientras los más despiertos vigilan la llegada de tiburones, y hasta se organizan oficios religiosos que, aunque de dudosa eficacia real, levantan mucho el ánimo de la gente.
Harold Bray, uno de los supervivientes, relata como comienzan a detectar un patrón. Aquellos que no se rinden, que más luchan y que no bajan los brazos, siguen vivos y despiertos con cada nuevo amanecer. Es cierto que independientemente de la actitud, nadie estaba a salvo de terminar siendo devorado por un tiburón, pero, aquellos que no se resignan, que no deciden beber agua salada hasta enloquecer, y que resisten y se sobreponen a las alucinaciones, al pánico, al calor y a la deshidratación, aquellos que permanecen luchando de manera rabiosa, casi demencial, contra su destino, siguen vivos.
Tras pasar tres días y medio en el agua, y prácticamente resignados a su suerte, un azaroso vuelo de reconocimiento americano les descubre flotando a la deriva, y poco después, un hidroavión ameriza y comienza a subir a bordo a tantos supervivientes como puede cargar. Después, y tras ver que los ataques de los tiburones no se detienen, monta náufragos sobre sus alas, sobre el fuselaje y los patines, hasta tal punto que el exceso de peso deforma el aparato que no puede volver a volar jamás.
Quint, borracho y resignado, con la mirada perdida, termina “tres horas después llegó un hidro de la Armada que empezó a recogernos y ¿ saben una cosa ? fueron los momentos en que pasé más miedo, esperando que me llegara el turno; nunca más me pondré el chaleco salvavidas. De aquellos 1100 hombres que cayeron al agua solo quedamos 316. Al resto los devoraron los tiburones el 29 de julio de 1945. No obstante, entregamos la bomba.».
Así que ya sabéis amiguitos. Como siempre, la vida nos pone en situaciones chungas. Nos agarra del cuello, nos lanza un torpedo, y nos echa al agua sin apenas tiempo para comprender lo que está pasando. Y cuando parece que todo lo malo ha pasado, llega y nos pega un sopapo con algo peor aún sin tiempo apenas de comprender lo que está sucediendo. La vida es una carrera de obstáculos. Larga, dura, muy jodida, y además, nada nos garantiza que la llegada a la meta vaya a ser mejor, pero como en una carrera de fondo, no bajéis nunca los brazos. Eso lo aprendí de un par de colegas, capaces de correr 10 kilómetros en apenas 40m. (o menos). No os rindáis, no desesperéis, porque, si lo hacéis, ya habéis perdido. Seguid adelante, por doloroso, por duro, por cansado que parezca, seguid adelante cada vez que la vida os vuelva a golpear, por muy seguido que sea, y si os fallan las fuerzas, pensad, o acercaos a esas personas que en vuestra mismas situación, o peor, siguen adelante sin miedo, y sin quejas, y si lo lográis, si os mantenéis a flote aunque sea un minuto, cada minuto que ganéis, es un minuto que le habréis robado a esas bestias que viven en la oscuridad y que no tendrán poder contra vosotros siempre y cuando les miréis a los ojos y no bajéis los brazos. Recordadlo, colegas. Está históricamente demostrado.