Muy buenas noches, epatados lectores, y muy bienvenidos a esta nueva entrada de vuestro humilde siervo. Con gran gozo y satisfacción (aunque sin cazar elefantes) os anuncio que el fin de semana próximo me piro de vacaciones, y por lo tanto, ni la semana del 24 ni la del 31 habrá entrada, a menos que encuentre un dispositivo tecnológico apto para escribir en la costa gallega, y sobre todo voluntad de hacerlo…
Así, imbuido de todo el buen royismo del mundo, os voy a hablar de paz, amor, y muerte. Os voy a contar una historia que todos conocéis, la historia de un hombre bueno, que nunca dejo nada por escrito. La historia de un hombre, que seguido por un grupo de discípulos intentó por todos los medio cambiar la sociedad y el mundo en el que vivía, siguiendo los mandatos de un Dios. La historia de un buen hombre, que causó tanto miedo entre sus propios conciudadanos que terminó siendo condenado a muerte, y, aunque pudo huir, decidió quedarse y morir para dar ejemplo al mundo entero. Hoy, la apología de Sócrates de Jenofonte.
Qué deciros, amigos. Sócrates… Para muchos, el filósofo más grande que jamás ha existido el Dude, el creador de todo el chiringo que cogió el material de construcción aportado por Heráclito, Parménides o Pitágoras, y cimento las bases sobre las que el resto de filósofos han intentado auparse siglo tras siglo. Para otros, una figura alegórica que ni siquiera existió. No osaría yo, bajo ningún concepto, explicaros la profundidad de su mensaje, si queréis saber más de él, aquí, al lado http://conefedefilosofia.blogspot.com.es/ os explicarán con toda claridad de que hablaba el tío, pero, a efectos prácticos, y para que todos lo entendáis, era el típico tocapelotas.
Según Jenofonte, Sócrates fue condenado a muerte por corromper a la juventud ateniense, y por intentar sustituir a los antiguos dioses por unos nuevos, pero eso fue solo una excusa. Sócrates fue condenado a muerte, porque la gente ya no le aguantaba ni un segundo más, y o se lo quitaban de encima o terminaban en un loquero. La especialidad de Sócrates era demostrar a cada persona con la que se cruzaba por su camino, que no tenía ni idea de nada en la vida. Si era un carpintero, terminaba desquiciándole, hasta hacerle reconocer que no tenía ni puñetera idea de porque los arboles crecían en el monte, o de porque era optimo elaborar el hasta de una lanza que sería utilizada después para cometer un crimen. Si se cruzaba con un profesor, le daba tantas vueltas a la cabeza, que le convertía en incapaz de explicar porque dos mas dos suman cuatro, y así con todo el que se topaba. Como método filosófico no cabe duda de que era válido, pero no jodáis, convivir con él tenía que ser un coñazo. Además, no os penséis que actuaba con nocturnidad y sigilo, no. El tío se plantaba en medio de la plaza rodeado de sus discípulos, (que se lo gozaban al ver como el maestro dejaba en ridículo al paisano de turno) y ni corto, ni perezoso, se ponía a rajar haciéndose el humilde hasta que su pobre víctima terminaba dudando hasta de su propio nombre. El oráculo de Delfos dijo de él que era el hombre más sabio de toda Grecia, y él asumió, que dicha consideración solo podía provenir del hecho de no saber nada (como él afirmaba que era su caso).
Aristófanes, en “Las nubes” , le critica con dureza, y aunque su obra se escribe cuando Socrates tiene 46 años y Platón solo 4, en general ha sido despreciada como una crítica satírica absurda proveniente de un conservador a ultranza, y la valoración positiva de Platón y Jenofonte han prevalecido sobre la del Dramaturgo (o comiturgo?), pero el caso es que la percepción general de la clase gobernante en Atenas es que Sócrates es un antisistema. Se le tiene por un individuo peligroso que al cuestionar absolutamente todo, termina cuestionando también los propios fundamentos del gobierno de la ciudad, de la democracia y de las costumbres establecidas. Más peligroso aún es que no de respuestas. Es muy fácil condenar a un agitador, a alguien que ataque un sistema de gobierno defendiendo la prevalencia de otro, pero Sócrates, sencillamente no propone alternativas, deja que la gente discurra y saque sus conclusiones. Tras las guerras del Peloponeso, y la derrota ateniense a manos de Esparta, la democracia en Atenas es sustituida por un régimen dictatorial y colaboracionista con los lacedemonios, y se sabe que, al menos Critias, uno de esos gobernadores tiránicos fue un afamado alumno del filósofo y Alcibiades, el eterno aventurero e instigador del golpe oligárquico también se había educado en el “Pensadero” socrático.
Tras la reinstauranción de la democracia, por tanto, Sócrates es tenido por un tipo peligroso, que puede hacer tambalearse el edificio que se está intentando construir de nuevo, cuyos discípulos además, han sido dictadores y tiranos (además de afamados mujeriegos). Así que, y se presentan cargos contra él. Se le acusa de corromper a la juventud. Se le acusa de engatusar tanto a los hijos, que estos le obedecen a él más que a sus padres, y se le acusa, de negar la existencia de los dioses y querer sustituir estos por dioses nuevos. El juicio es la sensación de la temporada en Atenas. Para empezar, el delito del que se le acusa, no es susceptible de recibir la pena de muerte, pero se acepta dicha condena como posible en el caso. Además, y debido a la gravedad del mismo, se nombra un jurado excepcionalmente numeroso. Más de 500 ciudadanos libres atenienses son convocados para decidir el destino que sufrirá Sócrates. Según Jenofonte, el filosofo ni tan siquiera planea su defensa y al ser preguntado por el motivo, afirma que el Daimon, para algunos un Dios, para otros, la encarnación de la verdad, le ha hablado y le ha dicho que no lo haga, además, afirma que la vida que ha llevado es su mejor defensa.
De cualquier manera, y cuando llega la hora de defenderse, lo hace de manera brillante. Siempre según Jenofonte, al ser acusado de no respetar a los dioses, el filósofo responde “«Una cosa que me sorprende ante todo, jueces, es en qué opinión se apoya Meleto para afirmar que no creo en los dioses que reconoce la ciudad, puesto que tanto los que se encontraban presentes como el propio Meleto, si lo deseaba, podían verme cuando hacía sacrificios en las fiestas de la ciudad y en los altares comunales”, o “Ea, escuchad también otra cosa, para que quienes de entre vosotros lo deseen desconfien todavía más del favor con que he sido honrado por los dioses. Un dia que Querefonte acudió al oráculo de Delfos para interrogarle acerca de mí, en presencia de muchos testigos le respondió Apolo que ningún hombre era ni más libre, ni más justo, ni más sabio que yo”. Ante las acusaciones de corromper a la juventud, alegó: “Todos sabemos sin duda qué clase de corrupciones afectan a la juventud; dinos entonces si conoces algún joven que por mi influencia se haya convertido de pío en impío, de prudente en violento, de parco en derrochador, de abstemio en borracho, de trabajador en vago, o sometido a algún otro perverso placer». «¡Por Zeus!», dijo Meleto, «yo sé de personas a las que has persuadido para que te hicieran más caso a ti que a sus padres». «Lo reconozco», contaba que había dicho Sócrates, «al menos en lo que se refiere a la educación, pues saben que me he dedicado a ello. Pero en cuestión de salud las personas hacen más caso de los médicos que de sus padres, y en las asambleas prácticamente todos los atenienses atienden más a los oradores que hablan con sensatez que a sus parientes. Además, ¿no elegís también como generales, antes que a vuestros padres y a vuestros hermanos, incluso, ¡por Zeus!, antes que a vosotros mismos, a quienes consideráis que son más entendidos en materias bélicas?”.
Sus argumentos son contundentes, pero, su retórica, altiva y arrogante, escandaliza al jurado, acostumbrado a ver como los acusados solían llorar y dar pena como hermanitas de la caridad para que su caso fuese más favorablemente considerado. Socrates está cometiendo un desacato nunca visto con anterioridad, y el jurado esta ojiplático, flipándolo, vamos, y le termina declarando culpable. Era costumbre en los juicios atenienses, que el acusador propusiese una pena, y que el acusado propusiese otra, de manera que el jurado eligiese entre las dos la que más justa considerase. Al ser los delitos de Sócrates muy leves, el proponer una condena leve ( multa, destierro etc…) habría sido aceptada con toda seguridad frente a la severidad de la pena de muerte que demandaban sus acusadores, pero Sócrates, ni corto ni perezoso, decide que el solicitar una pena sería lo mismo que reconocerse culpable, y dijo que no lo iba a hacer. Cuando sus discípulos intentaron persuadirle, tampoco se lo permitió, y de hecho, cuando le intentaron convencer para abandonar la ciudad (algo muy común para los condenados a muertes en Atenas), el se negó en redondo, y acepto morir de manera tranquila, ya que “sabéis hace mucho tiempo que desde que nací estaba condenado a muerte por la naturaleza? Sin embargo, si muero prematuramente en medio de una inundación de bienes, es evidente que tendré que lamentarme tanto yo como mis amigos, pero si libero mi vida de las amarguras que me esperan, creo que todos vosotros debéis congratularos pensando que soy feliz” y ya que, como le dijo a su discípulo Apolodoro cuando este, entre lágrimas le confeso que lo que más lamentaba era verle condenado injustamente, “¿Preferirías entonces, queridísimo Apolodoro, verme morir con justicia”.
No tengo mucho que decir amigos, y de hecho, me gustaría que cada uno de vosotros saque sus conclusiones, reflexione, y después se tome un par de copas en la playa y descanse, porque bien merecido os lo tenéis. Eso también, está históricamente demostrado.