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Buenos días, amigos. Mucha presentación, y mucho royo, pero todavía no os he dado nada que llevaos a la boca, así que, ¡arranquemos este circo!.
Hoy os voy a hablar de una anécdota de la juventud de Julio Cesar (¿coñazo?; No dejéis de leer todavía, y luego me contáis) . Cesar es el típico colega con el que me vengo arriba. Se llevaba de calle a las tías con las que se cruzaba por los foros de roma (decían que un guiño de su ojo izquierdo era suficiente para que se les desatase el Peplum), era amado hasta el fanatismo por sus hombres, y respetado (o directamente temido) por sus enemigos, además se consideraba una fashion victim y se dedicó a escandalizar a sus mayores por su túnica, que siempre lleva poco ceñida y algo suelta (imaginaos a Rajoy en el congreso sin corbata y con una camiseta de AC/DC); pero no siempre fue así. El joven Cayo también fue un pequeño niño una vez, criado en su humilde villa, rodeado de humildes esclavos que atendían todos sus humildes deseos, y soñando con jugar a las tabas y dominar el mundo.
Así que en cuanto tuvo edad, decidió seguir el Cursus Honorum, la carrera política romana, y dedicarse a lo que mas le gustaba en el mundo, ser un mandón. El caso, la política romana era una cosa muy distinta a lo que conocemos hoy. Reinaba la corrupción por doquier, la demagogia y los sobornos estaban a la orden del día y hacían ganar elecciones, y las puñaladas traperas entre miembros de un propio partido político para alcanzar el poder se llevaban a cabo con toda naturalidad (lo que yo os digo, una cosa totalmente distinta a la política actual), por lo que, en un momento dado, y animado por gente que le quería ver muerto, y sobre todo por toda la pasta que le debía a personajes poco recomendables de los bajos fondos de la ciudad, Cesar vio la cosa poco clara, y decidió poner Mediterraneo de por medio.Huir, vamos.
Su excusa fue un viaje de estudios (royo, os debo dinero así que me voy de Erasmus), y tras recorrer Grecia, cuando ya no le quedaba mas remedio que volver a la ciudad, y asumir que su carrera política (y seguramente su vida) iban a tener un prematuro final, oh! la solución. El barco en el que navega Cesar es abordado y apresado por unos piratas…
… y desde el principio, los piratas comenzaron con mal pie. Al ver que tenían preso a un joven aristócrata romano, deciden pedir por su liberación, un rescate de 20 talentos (un dineral). Cesar, al oírlo se empieza a partir de risa. Les llama animales y burros, les pregunta: “ ¿Pero vosotros sabéis a quien habéis secuestrado?” y les acaba convenciendo de que 20 talentos no es nada, y de que tenían que pedir por él por lo menos 50 (si 20 era una pasta, imaginaos 50). Los piratas, que no dan crédito, le hacen caso, y envían a los sirvientes de Cesar a tierra para que reúnan el dinero (la cara de los sirvientes tuvo que ser un poema, sabiendo como sabían, que la cuenta de Cesar estaba en números rojos desde hacía años). Cesar, mientras tanto, lejos de ser el típico secuestrado estándar (llorar un poco, síndrome de Estocolmo después, exaltación de la amistad…) se dedico a convertir la vida de los piratas en un pequeño infierno. Nos cuenta Plutarco (un señor antiguo que sabia muchísimo de Cesar) que todas las noches, cuando se iba a dormir, llamaba la atención muy seriamente a sus captores para que hablasen bajito (¿piratas? ¿hablar bajo por la noche?¿WTF? ), e incluso, si pensaba que el nivel de escándalo que estaban montando era excesivo, salía a la cubierta y les regañaba con muy mala leche por no dejarle descansar. Cuenta este señor, además, que durante el día hacia ejercicio con ellos, y por las tardes obligaba a la tripulación corsaria a sentarse en la cubierta del barco y escucharle, mientras les leía discursos políticos que había escrito. En algún momento dado, los piratas (que no eran el publico objetivo para discursos políticos profundos) se rieron de él, y Cesar, ni corto ni perezoso, amenazó con ahorcarles a todos si no paraban.
Al final, los sirvientes de Cesar volvieron con el dinero, y los piratas, con lágrimas en los ojos, y entre abrazos y “Vuelve cuando quieras, esta es tú casa” dejaron libre al joven romano, pero claro, ahora estaba peor que antes. Debía 50 talentos de mas, y no podía volver a la ciudad,por que ya debía dinero de antes ahí, por lo que, según piso tierra, convenció al gobernador de la provincia de turno para que le prestase su flota, y en un par de días estaba de vuelta en el mar. Localizó a sus captores (que seguramente después del estrés de haber tenido preso a Cesar necesitaban unas vacaciones y no se habían movido de sitio), los abordó, y los hizo prisioneros a todos. Los llevó a tierra, se quedó con los 50 talentos que habían pagado por él, además del resto de su botín, y para demostrarles que no era rencoroso, y que además, lo de colgarles por reírse de sus discursos era broma, los crucificó a todos en una playa de Mileto (Fuck yeah!).
Así que, recordad esto amiguitos. Muchas veces la vida nos pone en situaciones muy muy muy difíciles. Situaciones que escapan totalmente de nuestro control, y de las que, por mucho que luchemos, no podremos escapar. Lo fácil (cuando digo lo fácil, quiero decir, lo que yo haría), en esos momentos, es rendirse. Bajar los brazos. Abandonarse totalmente a las circunstancias, y pensar que no hay nada que hacer al respecto, y que por lo tanto, todo da igual. Pero, justo entonces, deberíais, recordad a Cesar (vamos, por muy mal que se os haya dado, no creo que estéis peor que el pobre Julio, secuestrado por sanguinarios piratas de la edad antigua). En esos momentos, como os digo, mirad a la gran zorra infecta en la que se ha convertido vuestra vida a los ojos, dedicadle vuestra mejor sonrisa (o torced un poco el gesto, royo Clint Eastwood) y decidle, “vale, hoy he perdido, pero creeme, no me gusta, y mas te vale tener algo realmente grande preparado para acabar conmigo pronto, porque sino, vas a terminar crucificada en una playa de Mileto”. Creedme, funciona, está históricamente demostrado.
Ps: conoceis ¿ http://conefedefilosofia.blogspot.com.es/ ? ese blog si que dice cosas serias, no las tonterias que suelto yo.
Cesar, lanzando su mirada del tigre a una joven y desprevenida Patricia Romana. El resultado solía ser fatal